Patricio y Lali: En la salud y en la enfermedad

Mi nombre es Teresa Fernández y esta  historia narro cómo fue la experiencia de mis abuelos, Patricio y Lali, con el coronavirus. Son muchas las personas que no pudieron correr la misma suerte y por eso este reportaje va de dicado a ellas, a las víctimas de la Covid-19. 

Patricio (88) y Lali (80) son supervivientes del coronavirus. Rozaron la muerte con la punta de sus dedos en marzo, pero afortunadamente –y aunque suene raro decirlo–, hoy están felices, porque pueden contar la peor experiencia de sus vidas. Esta es su historia.

Es martes, 3 de marzo del 2020. Patricio se encuentra en el ambulatorio de Pontones, en Madrid, junto a su mujer, Lali, y su hija Susana – tienen dos hijos más, Pedro Pablo y Patricia–. Sus visitas a ese ambulatorio se han convertido en rutina desde su operación de espalda meses atrás. No es nada grave, son solo revisiones. 

El día parece tranquilo, hay barullo en el lugar como de costumbre, pero nada alarmante. La visita es rápida: entran, le hacen la revisión y salen. Simple. Su presencia allí apenas ronda los quince minutos, ¿qué puede pasar en quince minutos? Es el tiempo que te da para poner agua a hervir y hacerte unos espaguetis con tomate. Pero, en este caso, no estamos hablando de unos quince minutos cualesquiera. Ese tiempo –aunque ellos aún no lo sabían– ya estaba formando parte de algo que inundaba España desde hacía unos días. Un virus: la Covid-19. Un virus que tan solo necesitó esos quince minutos para infectarlos, a los tres.

Martes, 9 de marzo del 2020. Se cierran las aulas en Madrid y Vitoria por crisis sanitaria. Patricio y Lali, que viven en el barrio de Argüelles, deciden trasladarse a su segunda residencia a las afueras de Madrid el 12 de marzo. Estarían acompañados de sus mascotas, pasearían de vez en cuando y su otra hija, Patricia, vendría con la compra de la semana para evitar que ellos fueran al supermercado –pues son grupo de riesgo–. 

Todo controlado.

Un virus que tan solo necesitó esos quince minutos para infectar a Patricio, Lali y Susana

Lo días pasan y escuchan las noticias: “Sanidad notifica ese 13 de marzo más de 3.000 casos por coronavirus, los fallecidos en Madrid aumentan a 56 y a 84 en todo el país, no hay camas suficientes en los hospitales, faltan respiradores…”, pero ellos están a salvo. No mantienen contacto con nadie del exterior desde hace días, salvo con su hija Patricia, que entra con mascarilla y guantes para evitar contagiarles. 

Sí, efectivamente, el virus estaba tardando en actuar. 

Es 14 de marzo y Patricia, como cada mañana, les hace una visita. Hoy toca vestir a Patricio, pues por su edad, empieza a necesitar más ayuda de lo debido.

  • Papá, estás ardiendo, ¿te encuentras bien?
  • Me encuentro perfectamente.

Lali y Patricia buscan el termómetro y se lo ponen. 38 y medio: tiene fiebre. Patricia llama al médico de cabecera, no vaya a ser que sea “el bicho” ese del que tanto hablan.

  • Es mi padre, que tiene fiebre.
  • Bueno, esperad unos días, es posible que se trate de un simple resfriado. 

Pero la fiebre ya había plantado la semilla de la incertidumbre. 

Pasa una semana. La fiebre de Patricio aumenta gradualmente y ya ha aparecido esa tos tan característica. Ahora sí que sí: Patricio se encuentra mal y le invade el cansancio. Tiene los síntomas. Hay que volver a llamar, pero esta vez a algún centro de salud. Patricia lo hace:

  • Mi padre tiene 88 años y se encuentra muy cansado, tose y tiene fiebre. Son síntomas de coronavirus.
  • Lo sentimos, pero si aún puede respirar correctamente no podemos ingresarle.

Respuesta poco convincente para ella, que, aunque aún le cuesta asumirlo, está convencida de que el virus está invadiendo los pulmones de su padre. Ya ha oído experiencias de otros pacientes contagiados y conoce la historia, sobre todo el final, que no es nada agradable en la mayoría de los casos.  

No espera, decide llamar a sus hermanos que ya están enterados de la situación.

  • Papá está peor, tiene más síntomas. Voy a llamar a otro centro.

Llama. Hay una ambulancia disponible para trasladarle al Hospital HM Puerta del Sur (Móstoles). Lali y Patricia – que sorprendentemente no muestran ningún síntoma–, asean y preparan a Patricio para irse. Va a salir de casa después de unos días confinado, pero lo que no se imagina ninguno es todo lo que ocurrirá tras salir Patricio por esa puerta

Viaje con billete de ida

La ambulancia llega, pero solo pueden llevar al infectado. Sin problema. Patricia coge su coche y sigue a la ambulancia hasta el hospital de Móstoles. Allí la ambulancia se desvía a la sala de boxes “solo para infecciosos” – o así la llaman – donde dejan a Patricio en una camilla para realizarle

 unos análisis e intentar detectar si se trata de alguna neumonía. Mientras, Patricia se queda en la sala de espera. Ve a personas que entran y salen del centro sin control; algunas se quedan, es posible que vayan a pasar allí la noche, a otras las echan, no están lo suficientemente graves como para ser atendidas. “Estará mejor en casa” les decían.

Escucha los pasos a gran velocidad del personal sanitario, los teléfonos no paran de sonar –rara vez se atienden–, la gente tose, están todos muy cerca de todos, allí la distancia social no existe. 

Hay un chico enfrente de Patricia, tendrá unos 30 años. Se ahoga con su propia tos. Por su cara y sus sudores debe tener como 40 de fiebre. No deja de toser, pero no parece que le vayan a atender por ahora. Es joven, debe tener aguante.

Las tres de la tarde. Patricia sigue sentada (¿ha comido?, qué importa eso ahora). Un par de veces la llaman para que entre en boxes y detalle información sobre su padre, necesaria para los informes.

Patricio está en una sala donde hay 20 camillas, todas separadas por unas simples cortinas. Hay gente de todas las edades, hasta gente joven (¿pero no era que ellos no se contagiaban? Ah, ¡pero que van a ingresar a uno de ellos!, ¿tan grave está?) Y el médico le bombardea a preguntas.

  • ¿Qué edad tiene su padre? ¿sufre alguna enfermedad? ¿qué medicamentos toma últimamente? ¿desde cuándo sufre estos síntomas? Gracias, vuelva a su sitio.

Reina la incertidumbre. La semilla que se plantó hace unos días ha dado su fruto. 

Patricia, ve como anochece por la ventana y se está quedando sin batería. (¿Ha cenado?, ni ha comido siquiera). Son las nueve de la noche y aún no sabe nada. Las diez. Las once. Es la una de la mañana y aún no sabe nada. Se levanta de su asiento. Diez horas de espera son muchas horas y la indignación le puede.

  • ¿Me puede decir alguien qué va a pasar con mi padre? Llevamos aquí desde las tres de la tarde.
  • Le hemos hecho pruebas, tiene una neumonía y una mancha en el pulmón. Hemos conseguido una cama y le vamos a ingresar, mañana sabremos los resultados de la PCR. Vuelva a casa y mañana traiga una bolsa con las pertenencias de su padre.

Dicho y hecho. Patricio es ingresado la madrugada del 22 de marzo y horas más tarde Patricia entrega una bolsa con lo necesario. Ella lo tenía asumido, pero aún así se lo confirman: ha dado positivo en Coronavirus. Dentro de lo que cabe está tranquila, ha cumplido: su padre está ingresado. Toca esperar.

Diez horas de espera son muchas horas

Lali pasa la noche sola, inquieta. La despedida ha sido tan rápida… pero, no ha sido la última ¿no? Por supuesto que no, Patricio estará bien, solo tiene una neumonía bastante avanzada y una mancha en el pulmón. ¿Seguro que no ha sido la última? 

 

Amanece sin nadie a su lado, no ha sido un sueño ya se acuerda, Patricio está en el hospital. Le llama. Hace varios intentos porque nadie contesta, y entonces se acuerda de que a su marido le cuesta entenderse con un smartphone. Maldice la nueva tecnología, y se promete a sí misma cambiarle de móvil en cuanto vuelva. Porque va a volver.

Finalmente contesta:

  • Patricio, ¿cómo estás? ¿te encuentras bien? ¿tienes fiebre?
  • Bien, bien, bien… – tose varias veces–. Oye Lali, me quiero ir de aquí, quiero ir a casa. 
  • Volverás, ya lo creo que lo harás.

No consiguen hablar mucho más, el cansancio y la fiebre de Patricio le impiden pensar con claridad, además, no entiende para qué sirven tantos botones ¿se ha bajado el volumen? Ya no oye nada. “¿Hola? ¿Lali, me oyes?” Nada.

Un momento. Tiene un compañero de habitación. Parece joven, el chico se recoloca en la cama y entablan una conversación. Se llama Diego, tiene 32 años y lleva diez días ingresado. El chico está mucho más afectado por el virus que él, no deja de toser y le cuesta respirar. Él, por suerte, aún respira bien.

Es 26 de marzo. Su compañero ha pasado un par de noches críticas, pero parece estar mejorando. En cambio, empeora por momentos. Patricio oye que le llaman al móvil, es Pedro Pablo, su hijo:

  • Papá, ¿qué tal? ¿cómo vas?
  • Bien, bien, oye, yo no tengo nada ¿eh? Un poco de fiebre me han dicho… pero Pedro Pablo, que no se te olvide llevar el coche al taller, que la ITV se va a caducar.
  • Sí papá, tú de eso no te preocupes.

Patricio no es capaz de hablar mucho más y cuelga. Acto seguido la enfermera entra con la comida y sus medicinas, las dichosas medicinas otra vez. Pero ¿es que nadie se ha enterado de que él no tiene nada? Que no está enfermo. Patricio esconde las medicinas debajo de la almohada. Tiene puré para comer, encima, qué es ahora ¿un bebé? No se lo come. Tampoco se come la comida de los próximos tres días. 

Diego está haciendo la maleta. Se va a casa, se ha ganado el alta. Patricio apenas se mueve, pero, sonríe a Diego y este sale de la habitación. Se queda una cama libre, pero transcurre la tarde y ahí no aparece nadie. Patricio se va a dormir sin saber qué es lo que ha pasado esa misma mañana.

La mañana del 26

Patricia y Lali charlan por teléfono. No es por alarmar, pero Patricio tiene los días contados. Hace tan solo unas horas recibían la llamada del médico:

  • Parecía que mejoraba, pero en las últimas horas ha empeorado. Esta noche es decisiva: igual mejora o igual… tendréis que estar atentos a que os llamemos.

Ellas conversan. La llamada de la que habla el médico es de esas que no quieres que te lleguen en la vida, de las que te aterran, te dejan en shock, que provocan ansiedad y hasta un entierro. Siguen conversando y Lali confiesa: “Patricia, tengo fiebre desde hace dos días”.

¿Cómo? Saltan las alarmas. Vuelta a empezar.

Llamada entre los hermanos. No se aclaran. Ninguno de los tres está seguro de querer llevarla al hospital. ¿Y si no es y se contagia allí?  Mejor esperar. Pero, por esperar, el 30 de abril fallecería Ángel (48), primo de los tres hermanos. Dejando a su mujer viuda y a su hija pequeña sin padre. Pedro Pablo insiste: “Patricia, hay que llevarla hoy mismo”.

Es la madrugada del 26. El médico lo detecta: Lali tiene pulmonía. La ingresan. Patricia comenta que Patricio está también allí, por si les pueden colocar cerca. Un momento: ¿la cama de Diego se ha ocupado?

El reencuentro

Es la una y media de la madrugada. Lali se acaba de despedir de su hija Patricia y se dirige a su nueva habitación. Abre la puerta. Ahí está. Le ve. Bueno, ve una silueta, porque está oscuro. Patricio está durmiendo, así que encender la luz no es una opción. Lali puede ver lo que se puede ver en una habitación sin luz a la una y media de la mañana: apenas nada. Se acerca y se sienta al borde de la cama donde está Patricio. Le oye respirar. Tranquilidad. Pasan unos minutos y Lali sigue sentada, pero Patricio se desvela y poco a poco se va girando. Finalmente la ve, como quien ve a su ángel de la guarda (¿es esto el cielo? Igual ya está en el cielo). Ojos como platos. Llora. Lloran, y se abrazan. Eterno momento.

  • Lali, pero ¿qué haces aquí? 

No es una buena noticia que ingresen a Lali. Ella pertenece al grupo de alto riesgo no solo por su avanzada edad, sino porque también es asmática y tiene problemas circulatorios. Tantas malas noticias deben traer algo bueno.

Son las dos de la tarde. Les acaban de traer la comida. Lali lleva cuatro días ingresada y se mantiene estable. Patricio va mejorando – básicamente ha resurgido de sus cenizas–. Ella ya sabe que él no se va a comer el puré y que ella tiene pescado a la plancha. Le cambia el plato. Así lo lleva haciendo los últimos cuatro días. Si Patricio está mejorando es porque, por suerte o por desgracia, Lali está allí.

Ambos siguen con una pulmonía –leve–, pero Patricio ya está listo para el alta. Lali, en cambio, no. Problema: Patricio sin Lali no se vale, no puede salir solo. Deciden esperar un par de días más hasta que, finalmente, Lali consigue el alta y pueden salir juntos. 

No es la primera vez que un paciente recae después de que le hayan dado el alta, así que deben tener cuidado. Pero son libres.

Oye Lali, me quiero ir de aquí, quiero ir a casa
 

Es 4 de abril. Son trasladados en ambulancia a su piso en Argüelles (Madrid). Susana, su hija, espera cubierta hasta las cejas de mascarillas, guantes y pantallas anti Covid-19, porque mientras que ellos estaban ingresados, ella pasaba el coronavirus, pero en casa y con síntomas mucho mas leves. 

Susana les ve bajar de la ambulancia. Patricio parece un cadáver andante. Bueno, andante no porque no puede andar. Está tan débil que le sacan en silla de ruedas. Es una piel pegada a un hueso.  Le suben al piso hasta sentarle en el salón. Está en casa. 

Los siguientes días transcurren más deprisa que en el hospital. Lali se encarga de revivir a Patricio; le da de comer y le pasea por los pasillos para que recupere la movilidad. Mientras, Susana les deja platos hechos en la puerta para que Lali no guise, porque sigue débil también.

Es viernes, 17 de abril del 2020. Es el cumpleaños de Lali. Cumple 80 años. No puede salir a celebrar nada, España sigue confinada y lo seguirá estando hasta las 00:00h del 21 de junio. Ellos han mejorado mucho, aunque aún sufren las secuelas que ha dejado “el bicho”. Pero todo carece de importancia desde que Lali puede contar –después de todo– que cumple 80 años y que, además, Patricio está ahí para verlo.

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