La tinta electrónica no atrae a los jóvenes
Por David Lacruz Cuesta
- El lector de libros electrónicos o e-reader es un aparato algo mayor que un móvil, pesa unos 200 gramos y resiste hasta el agua con los nuevos modelos
- Se pueden almacenar hasta 20.000 libros: el sueño de muchos grandes lectores se ha hecho realidad, pero no lo compran los jóvenes
En el e-reader Kindle de menor capacidad (6 GB) cabrían unas 40 bibliotecas como esta, y en el de 32 GB más de 110. (Fotografía propia)
Hace cincuenta años a nuestros abuelos les habría parecido fuera de toda realidad que alguien les hubiese propuesto meter toda su biblioteca en un artilugio del tamaño de la clásica foto de 10×15 cm con su pequeño marco. Todos esos libros que cubren las paredes con estanterías de tantas casas caben sobradamente en un lector de libros electrónicos. En uno con máxima capacidad pueden caber hasta 20.000 libros, en el más sencillo unos 6.000. Muchos más de los que la mayoría de nosotros tendremos nunca en esa biblioteca de casa que tiende a acumular polvo y que es una pesadilla en las mudanzas. Se considera que el 16 % de los hogares en España tiene unos 200 libros y solo el 8 % más de 500.
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Los libros impresos ocupan demasiado espacio y conservarlos debidamente en los hogares puede plantear un problema
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Ana Talavera tiene 25 años, es licenciada en Derecho, usa mucho su iPhone e internet y afirma ser una buena lectora; lee unos cuarenta libros al año, novelas sobre todo. Vive con sus padres en Madrid en un piso de unos 100 m2. Ya no les caben más libros en casa, las estanterías del salón y la habitación que utilizan de pequeño estudio están llenas, por lo que han empezado a regalar y tirar libros, con pena, pero como única solución para ganar algo de espacio. Su madre tiene un Kindle, pero ella no. Le gustan los libros en papel y, aunque a veces lee con el lector de su madre, sigue comprando en papel porque cree que la lectura digital no casa bien con la literatura y que optando por el papel descansa de la tecnología durante los ratos de lectura.
Otro caso es el de Jesús Urdiola, estudiante de Periodismo en la Universidad CEU San Pablo. Jesús no tiene e-reader y lee habitualmente en su tableta o en su ordenador. Como ellos, los demás jóvenes del grupo de entre 18 y 30 años encuestados no tienen lectores de libros electrónicos.
A Ana Talavera le gusta leer en papel, le gusta descansar de la tecnología en sus ratos de lectura. (Fotografía propia)
Según el promedio de los cálculos realizados entre los lectores entrevistados, en un metro de estantería hasta el techo con unos seis estantes caben unos doscientos libros de formato estándar, si son de arte o ediciones especiales, casi la mitad. Eso significa que si en una familia hay tres “buenos” lectores que leen una media de 40 libros al año, necesitarán cada año algo menos de un metro de pared para colocar sus nuevos libros. Al cabo de 10 años, en la casa habrá unos 1200 libros y unos seis metros de pared ocupados por estanterías. Si el piso tiene alrededor de 100 m2, estarán llenas de libros todas las paredes del salón que no estén ocupadas por el sofá, las puertas o las ventanas, y también una pared entera de otra habitación de la casa.
Sin embargo, esa biblioteca en formato electrónico ocupará apenas una pequeña parte de la capacidad de un lector de libros electrónicos, que pesa cerca de 200 gramos y mide unos 17 x 12 centímetros. De manera que se puede llevar a cualquier sitio en la mochila o el bolso. En el caso de que se perdiese o robasen el aparato, se puede recuperar en otro lector. Los libros de esa biblioteca, además, son más baratos, nunca cogerán polvo y sus páginas no envejecerán. Se pueden leer en el tamaño de letra y la iluminación más cómodos para el lector y no se necesita lápiz para subrayar ni diccionarios para buscar significados o traducir palabras, pues muchos e- readers los llevan incorporados.
Nieves, la madre de Ana leyendo en su Kindle, en la casa no caben muchos libros más en papel. (Fotografía propia)
A pesar de todo, a Ana, Jesús y otros lectores jóvenes les gusta leer en papel. Algunos afirman que también leen en formato electrónico, como es el móvil o la tableta, e incluso en el ordenador. Las escritoras de éxito Elvira Roca Barea y Rosa Montero dicen que la mayoría de sus lectores las leen en papel y las editoriales siguen basando su negocio en los libros físicos. Para muchas personas el papel reviste un aspecto emocional y el objeto “libro” les inspira una atracción que no sienten por un lector de libros electrónicos. Esa es en general la respuesta que dan los lectores de entre cuarenta y cincuenta años que no leen en formato electrónico, y añaden que los libros tradicionales no fallan, no necesitan batería y su uso no puede ser más sencillo. Otra respuesta frecuente es que se pueden regalar y prestar, algo a lo que ciertas personas dan mucha importancia, así como al apego que tienen a la biblioteca que han ido creando en su hogar a lo largo de los años.
El apego a las bibliotecas creadas con los años es importante para muchas personas. (Fotografía propia)
Teresa, bibliotecaria de 55 años que trabaja en la Biblioteca Nacional, afirma que no todos los libros están digitalizados y que hay todavía muchos que no existen en formato electrónico, tanto antiguos como novedades. Sin embargo, según los datos del Ministerio de Cultura, el préstamo digital en 2020 aumentó enormemente, con un crecimiento próximo al 140 % respecto a 2019. La biblioteca online pública eBiblio, que gestionan el Ministerio de Cultura y las Comunidades Autónomas (salvo la del País Vasco), prestó 3,6 millones de títulos frente a los 1,5 millones del año anterior y ha duplicado sus usuarios, con casi 900.000 en activo. El cierre de las bibliotecas públicas durante el confinamiento ha contribuido al auge de las bibliotecas digitales.
Parece claro que los lectores en soporte digital aumentan y este año 2020, con las restricciones por la pandemia, la lectura digital creció un 22 % en España y, de cada cuatro libros que se leyeron en pantalla durante ese periodo, uno fue en el teléfono, según el estudio de la Federación de Gremios de Editores de España; el 38 % de los encuestados en dicho estudio se declara lector en soporte digital. No obstante, en 2019 solo en un 25% de los hogares españoles había lectores de libros electrónicos.
Gráfico disponible en: https://es.statista.com/estadisticas/721635/porcentaje-de-hogares-con- lector-de-e-books-espana/
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Sorprende que los jóvenes, nativos digitales, no suelan disponer de e-reader y prefieran otros dispositivos
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Llama la atención que habiendo aumentado la lectura en soporte digital y dadas las ventajas que ofrece un lector de libros electrónicos, al menos entre el público joven que ha crecido pegado a las nuevas tecnologías, el e-reader no haya triunfado para leer libros.
Los problemas de espacio no son lo que más preocupa a los jóvenes. La mayoría de los encuestados viven en casa de sus padres y no son del todo conscientes de lo que representan en volumen y peso los libros en papel cuando se acumulan con el paso de los años. Las razones que dan de su reticencia respecto al e-reader son el precio de los aparatos y el precio de los libros electrónicos; que los smartphones cada vez permiten leer mejor con pantallas más grandes; el no poder navegar en un e-reader como con los teléfonos o las tabletas; que las tabletas cada vez tienen mejores prestaciones para leer libros; la incompatibilidad de formatos del libro electrónico entre las diferentes marcas y que no todos los títulos, como ya se ha dicho, están disponibles.
En cuanto a saber si la lectura en pantalla o en papel tiene repercusiones en nuestra comprensión lectora, no hay unanimidad ni suficientes estudios que permitan llegar a conclusiones definitivas. Tampoco es un elemento que por el momento parezca que influya en los lectores para elegir uno u otro soporte. Algunos estudios apuntan a que cada soporte de lectura beneficia unos procesos cognitivos en detrimento de otros. Según el estudio reciente del Grupo de Stavanger de la Comisión Europea, entendemos peor los contenidos informativos si los consumimos en soportes digitales, que serían por tanto menos adecuados para leer textos largos que se han de comprender en profundidad y retener. Pero esto debería matizarse con análisis más exhaustivos, ya que, si el dispositivo en el que se lee permite hacer otras muchas cosas, la concentración del usuario se verá indudablemente afectada, pero el motivo no será el soporte digital propiamente dicho.
Los jóvenes dan prioridad a la multitarea
La prestigiosa lingüista Naomi Baron, especialista en el estudio del comportamiento humano relacionado con la multitarea en el ámbito digital, indica que los jóvenes cambian de medio de comunicación 27 veces por hora y de media consultan su teléfono móvil entre 150 y 190 veces al día.
Un e-reader no da acceso a WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram, a los avances de las noticias de actualidad y a otras funcionalidades que ofrecen el teléfono, la tableta o el ordenador, y que los jóvenes simultanean cuando leen en soporte digital. Esa podría ser la clave de por qué a los jóvenes les atrae menos un lector de libros electrónicos, que los limita de la misma forma que los limitaría un libro impreso en su habitual modo multitareas y que, por el contrario, sí les facilita un móvil o una tableta. Lo que también explicaría, en cierta medida, la comprensión lectora superficial de los contenidos leídos en soportes digitales de la que se habla en los estudios científicos que se han realizado (proyecto E-Read de la Comisión Europea, estudio del Grupo deStavanger).
Si se lee en un aparato que no solo sirve para leer libros, sin duda la posibilidad de distracción será mucho mayor que si se lee en un e-reader o en un libro impreso, y eso es lo que hace la mayoría de jóvenes, ya que de los treinta encuestados para este reportaje ninguno disponía de un lector de libros electrónicos propio, mientras que de otras treinta personas encuestadas de entre 30 y 60 años, trece poseían un e-reader y declaraban abiertamente su satisfacción, a pesar de leer también en papel. La defensa del uso del dispositivo en algunos de los usuarios es destacable. El profesor de la Universidad CEU San Pablo, Juan Carlos Nieto, por ejemplo, considera que las ventajas son tan importantes y numerosas, sobre todo si se es usuario digital habitual, que es llamativo e incomprensible que no esté más extendido su uso entre los jóvenes.
En un artículo publicado en la revista The Passive Voice, Arnaud Nourry, director de la editorial francesa Hachette, afirma que crece el sentimiento negativo hacia los e-reader porque no supone un real avance respecto al papel en términos de innovación y creatividad. Es como el papel, pero en electrónico, declara, así como que los editores aún no saben aprovechar el potencial que tiene, sobre todo con la tecnología 3D. Esto podría también explicar que el aparato no despierte mayor interés en los jóvenes.
Resulta comprensible que en un público no muy joven y acostumbrado a leer en papel haya cierta inercia a seguir leyendo como siempre lo ha hecho. Para este público (y también para algunos jóvenes), según responden los entrevistados, el libro en papel es un pequeño reducto que aísla de la tecnología. Da sensación de libertad y de independencia para moverse con un medio antiguo, pero todavía válido, que esquiva la parafernalia digital e internet. Es una pequeña isla de rebeldía frente a la dependencia de las conexiones y la tiranía de lo electrónico por cualquier cosa; una pequeña tabla del pasado que flota en el universo digital del presente; un producto cuya fabricación y funcionamiento aún se puede comprender sin ser grandes conocedores de ningún ámbito tecnológico. Un objeto sencillo que da cierta sensación de dominio en un mundo en el que la mayoría de las personas no entendemos cómo funciona casi nada de lo que usamos. Algo que aún se puede comprar manteniendo el anonimato si se recurre a una librería tradicional y que incluso se puede pagar en metálico sin necesidad de suscribirse a ninguna plataforma ni dar datos personales.
En definitiva, a los jóvenes lectores, acostumbrados a estar conectados al mundo de forma permanente con sus dispositivos, el lector de libros electrónicos parece desconectarlos socialmente tanto como un libro impreso y al mismo tiempo se parece demasiado a él. Las ventajas respecto al papel no les compensan el aislamiento que supone la lectura en ese tipo de dispositivo. Prefieren leer en las pantallas que ya usan y que los mantienen conectados. Y para los lectores menos jóvenes o para los jóvenes que desean alejarse algunos ratos de la tecnología, el papel sigue siendo un refugio en el que sentirse a salvo en medio de la selva de las pantallas y las conexiones, un remanso de sosiego dentro del inevitable bullicio digital de cada día. La revolución del e-reader aún está por llegar.