En la antigua Roma, el ejército tenía prohibido entrar en la ciudad eterna. Solo existía un motivo por el que podían penetrar en sus calles: la celebración de una gran victoria militar. Trajano consiguió para el imperio la última gran anexión de territorios. Venció a los dacios, la actual Rumanía, en el 106 después de Cristo. El general se ganó el derecho a desfilar por la capital del mundo antiguo. Marchó con su tropa, con el botín y con los enemigos que habían capturado. Los romanos les vitoreaban desde ambos lados de la calzada. Pero, junto a Trajano, había una figura desconocida. Un esclavo que sostenía una corona de laurel y que le susurraba al oído: “recuerda que eres mortal”.
Cada año, el mundo moderno recibe ese recordatorio el Miércoles de Ceniza. Manuel María Bru, Delegado Episcopal de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid, afirma que “el rito tiene como objetivo el reconocimiento de la fragilidad humana y del destino del cuerpo, es un signo de humildad”. Consiste en la imposición de ceniza sobre la cabeza. Ese polvo se extrae de las ramas bendecidas que se quemaron en el Domingo de Ramos del año anterior. La imposición de la ceniza espolea a los cristianos para que reflexionen sobre sus acciones. La práctica se arraiga en la historia de la sociedad occidental.
“En los primeros siglos, la cuaresma comenzaba en domingo, seis domingos antes de la Pascua”, afirma Daniel Alberto Escobar, Delegado Episcopal de Liturgia de la Archidiócesis de Madrid. La costumbre del Miércoles de Ceniza se formalizó con el papa Urbano II en el Sínodo de Benevento. Tuvo lugar “a partir del año 1001, desaparecida la penitencia pública tal y como se vivía en los primeros siglos”, relata Escobar. La Iglesia quiso establecer “40 días de penitencia antes de la Pascua, puesto que los domingos tradicionalmente no son días penitenciales”, justifica el Delegado Episcopal de Liturgia. Sin embargo, no siempre ha soplado el viento a favor y a veces su celebración ha sido difícil.
En ciertas ocasiones y en lugares concretos no ha podido celebrarse. “Más bien por imposibilidades físicas o por guerras y persecuciones que han impedido el ejercicio de la libertad de culto”, indica Escobar. Pero los religiosos siempre han tratado de oficiarlo. “Los ritos son importantes, la forma es importante porque te ayuda a meterte en el contenido”, apunta el sacerdote Luis Cruz Ortiz de Landázuri, doctor en filosofía y autor del libro ‘En Jesucristo Resucitado‘ (LetraGrande, 2021). Por eso, el Miércoles de Ceniza saldrá adelante a pesar del virus.
La Santa Sede emitió el 12 de enero una nota para aclarar cómo imponer la ceniza durante la pandemia. El sacerdote se dirigirá a los presentes desde el altar en lugar de uno a uno como se hacía habitualmente. Se lavará las manos, llevará la mascarilla puesta y dejará caer la ceniza sobre la cabeza de los fieles sin tocarles ni hablarles. Manuel María Bru precisa que “no hay contacto de palabra a través de la saliva ni hay contacto físico, así se evita contagios y se mantiene el rito”. La intención es proteger la salud para proteger todo lo que conlleva la Cuaresma.
Su sentido no ha cambiado desde el principio y tampoco durante la pandemia. “La ceniza siempre ha tenido un componente penitencial”, aclara Cruz. Esta celebración marca el inicio de una etapa de penitencia. “La cuaresma tiene que ver con los 40 días que pasa Jesucristo en el desierto”, explica el sacerdote y doctor. La mirada se fija en el Domingo de Ramos. El objetivo es prepararse para ese día mediante el ayuno, la oración y limosna. “El ayuno es vaciarse del ego porque quiero alimentarme mediante la oración para darlo a los demás en la limosna”, detalla Cruz. Una vivencia interna que los desastres naturales o humanos no pueden frenar.
JCansado
Qué bien escribe este chico!! Llegará lejos. Saludos desde México.