Todo empezó con una telenovela

Por Elisa Hernández Biffa

El fenómeno de las telenovelas turcas revive las pasiones, los conflictos y las tramas de antes

Como en las telenovelas todo empieza con la magia de una intro musical. En ese momento en el que se presenta a los personajes con sus cabellos al aire, sonrisas furtivas a cámara y miradas penetrantes. Es en el único instante en el que el tiempo para los espectadores vuela hasta aterrizar en el avance del día siguiente. Ese hechizo que convierte a las personas en bilingües; las hace cambiar de nacionalidad y de conversaciones en solo cuestión de una hora. Es la oportunidad de los televidentes para convertirse en actores y actrices de espejo. Se aprenden aquellos impronunciables nombres turcos, pueden tararear esa canción…Tan solo escucharla y ver el logo de la productora, un mundo nuevo empieza. 

¿Qué es lo que existe de verdad? Será que esa magia es cierta o pura santería del antagonista de la historia. Serán los estereotipos del pleistoceno, la bella pobre que se supera, serán los cuerpos balcánicos y broncíneos, las tramas repetidas. ¿Qué tienen las telenovelas para que las elijan frente a los documentales de La 2?, ¿Cuál es el secreto de seducción para que se queden en el imaginario colectivo?

Las televisiones abren la puerta a las luces de colores que dan vida al salón de casa. Lámparas, alfombras, pasillos iluminados, caen rendidos al expectante primer capítulo. Una vez superada la adrenalina de una canción que invita a cantar hasta que escuchen los vecinos, los coros elevan el laúd y el kemenche. Este último es un violín que proviene del mismo lugar en donde nació el nuevo fenómeno de la pequeña pantalla: Las novelas turcas. Se admiran tanto que el canto se hace español. Invaden hogares italianos, casas rumanas, japonesas, americanas… Y aparece él como la razón más estereotipada: el apuesto protagonista de dientes brillantes y pelo negro azabache. 

Hombres idealizados y pintados como perfectos. Juegan a dar vida al atlético Discóbolo de Mirón, al apuesto David de Miguel Ángel y a la persistencia seductora de Apolo. Can Yaman, actor de la novela Erkenci Kus colapsó el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas. Cientos de aficionados permanecieron en la terminal durante horas para ver al modelo de 30 años. Pero, ¡Cuidado!, como enseñan Betty la fea y Mi gorda bella, no todo son cuerpos y sonrisas. No son las únicas razones por las que se siguen viendo telenovelas. 

Las novelas turcas triunfan hoy porque volvieron al concepto de telenovela tradicional

Historias que hablan sobre sentimientos que no entienden de idiomas, universales. Escenarios idílicos. Esas han sido las claves para el éxito de las producciones turcas. Según el productor de Telemundo, Hugo León Ferrer, las telenovelas que marcan son las que hacen volver al origen de todo, que los protagonistas vuelvan a las haciendas de la familia cerca de las márgenes de un río salvaje del Amazonas. Que se enfrenten a herencias del pasado, que los amantes de la ciudad admiren y descubran el temple de los ríos, el ruedo. Aprendan a ser baquianos, capataces o chalaneros, que se enfrenten a conflictos diferentes, nunca vistos.

León Ferrer ha reproducido en la pequeña pantalla el misticismo de la novela El Clon, la leyenda de El Zorro, la temeraria Doña Bárbara de Gallegos… Son todas germen de una clásico. Lo que lleva a recordar que aquello que es clásico es un tesoro que con los años se ha hecho leyenda. Ha logrado superar milenios, generaciones, cambios culturales, conductas dispares, intereses infinitos… Pero aquello que es clásico significa que en el año 2021 alguien lo puede leer, ver y sentir como lo grandioso que algún día fue. Entonces, la palabra clásico se transforma en el ancla que mantiene vivo el espíritu melodramático y telenovelesco. ¿Es clásico lo antiguo, desigual, machista, convencional y tradicional? 

Los productores pueden responder a estas preguntas. También lo hacen los directores que se esconden tras el famosos “4,3,2,1 y acción”. Ferrer vive lo clásico como una oportunidad de exponer el debate interno de los sentimientos del espectador. Lo clásico puede ser una vivencia que marcó tanto en el pasado que define una actuación en el presente. El verbo del pasado se vuelve presente y el personaje admirado en pretérito se conjuga en algunas de las acciones imperativas. El espectador se siente identificado. 

En medio de las aspiraciones de vivir entre claquetas y focos “crecí arreando caballos y quiero que en la novela salgan los animales…el calor”, palabras de confesión de Hugo León Ferrer. Una vivencia que pudo ser el origen de todo. Una de sus producciones, Pasión de gavilanes, se ambientó en el sentir de cuando era pequeño e iba a la finca de su padre.  “Las turcas tienen ahí su éxito” dedujo León Ferrer. Las novelas turcas triunfan hoy porque volvieron al concepto de telenovela tradicional. Se rindieron a lo clásico. Se trata de volver, pero no a un pasado, sino de volverse a los sentimientos que siempre han sido primitivos en los seres humanos; el amor. La pasión sobre un acto se impone a cualquier sonrisilla picarona. Más allá del narcotráfico, de los robos, Ferrer insiste en pintar las haciendas de los abuelos, a los que uno iba, a la infancia… Definitivamente, esto se trata de volver. 

Volver a ver un capítulo, volver a esperar hasta el día siguiente por la continuación de la telenovela. “Madre”, es el título de un producto turco que divide en fascículos televisados la realidad de una profesora que decide hacerse responsable de una niña a la que sus padres maltratan. No hay algo más sinónimo de la palabra “volver” que cuando se vuelve a los brazos de alguien que interpreta a una madre en la telenovela de la vida. La maternidad, los vínculos, la empatía, la necesidad de justicia son las piezas que más se quedan en el imaginario colectivo. 

Se vuelve a una emoción. Magnolia Rodríguez ha vivido en Caracas hasta los 53 años. Le dio tiempo de ver las producciones más exitosas de Venezuela que fueron incluso retransmitidas de generación en generación. Sentada en la mecedora de madera, una señora que peina canas se muestra nostálgica mientras relata cuál era su favorita. “Ka Ina me mostraba todos aquellos lugares que siempre quise conocer”. Hoy día, con 73 años sigue cantando su canción, Ojos Malignos. La cantante Soledad Bravo consiguió ambientar la vuelta de la protagonista a sus orígenes. Ka Ina significa tierra en guarao, lengua que hablan los guarainos, pueblo indígena que habita entre los estados Sucre y Monagas, Venezuela. 

Ojos malignos de la cantante Soledad Bravo puso música a una historia de leyendas y misticismo de la selva amazónica. Ka Ina (1995) se sintió en más de 35 países. 

Confusiones, lazos de la vida, destinos atípicos de las telenovelas. La guionista Perla Farías cuenta que se inspiró en una experiencia real para la trama de la telenovela Juana la Virgen. Una mujer virgen queda embarazada por un error. Un conflicto diferente que gustó tanto que inspiró la serie norteamericana Jane the Virgin. El serial estadounidense ganó el premio People Choice Award a la Nueva Comedia.

La televisión en pedazos


“No te lo voy perdonar jamás…” con esa frase se acaba el capítulo y con el odiado avance de la emisión de mañana se apaga la televisión. Una familia se dispersa en el único momento en el que han compartido juntos un debate acalorado y una discusión sin precedentes. El drama, la tragedia y la comedia forman parte de la vida y eso se ve reflejado y multiplicado en el género televisivo que todos consideran banal; las telenovelas. 

“Perece un culebrón venezolano” exclaman los que rechazan las telenovelas. Sin embargo, que Carlos Alberto engañe a María Alejandra apasiona, entretiene. Para las familias de la Venezuela próspera de los 90, era un auténtico acontecimiento ver una telenovela. Las matriarcas de la familia con pantuflas o chancletas con el mando en la mano como si alguien fuera a quitárselo era el arquetipo que más se repetía en todas las casas. Desde los barrios marginales hasta las casas lujosas e incluso llegaban a resonar en las televisiones del cuarto de seguridad de la empresa durante la media hora de descanso. El conserje, la empresaria y los limpiadores se unían para ver el nuevo capítulo de Crystal y a continuación Topacio. 

Barrera Tyszka: “Los jóvenes no saben lo que significa sentarse delante de una caja de metal a esperar que llegue la hora de tu programa favorito” 

La telenovela es el género que más se ha mantenido porque, pese a muchos detractores, tiene razones para su permanencia en los ratings. La primera, reorganizar la agenda y que una hora esté ocupada por la necesidad de ver la continuación del capítulo de ayer. La segunda razón es que congrega y reúne. En el momento en el que acaba el capítulo, el conserje y la empresaria tenían una oportunidad de contacto que no habían tenido en lo que llevaban de jornada laboral. Una serie hace a todos los mismos seres humanos. Con deseos y aspiraciones diferentes, pero con sueños ambos. Un contenido convencional rompe por tanto la propia aprensión de las clases sociales y las hace a todas disiparse en deseos individuales de superación. 

La transformación digital ha favorecido el consumo de series frente a las telenovelas, por su corta duración. Además, ha cambiado la forma en la que se consume el contenido audiovisual. No solo se ve sino que se comparte en twitter lo que se piensa al respecto. Antes se esperaba para ver un solo capítulo reunidos. Ahora, se ven de forma individual y se comporten con la comunidad de amigos o conocidos en las redes sociales. 

El escritor Alberto Barrera Tyszka ha comprobado que “los jóvenes no saben lo que significa sentarse delante de una caja de metal a esperar que llegue la hora de tu programa favorito.” No saben que antes había un espacio llamado “comerciales”. Era el tiempo perfecto para ir al baño, para calentar la comida, para llamar por teléfono, para ver qué estaban transmitiendo en el otro canal. Vuelve el volver, vuelven a buscar aquello que les hizo felices, aquella canción y aquellas escenas, pero ahora ven los capítulos seguidos y los buscan en Netflix. 

Estoica y empoderada


Las tramas también han ido transformándose. Adiós a las niñas que solo deseaban casarse y tener hijos. Un punto y final a las dependencias, a los micromachismos. Las mujeres se retratan con otras inspiraciones, más laborales y profesionales que personales. Las actrices se han dado cuenta. Silvia Navarro ha protagonizado telenovelas tradicionales y ahora es la protagonista de la nueva producción de Telemundo, La suerte de Loli. Navarro insiste en que Loli será una ejecutiva que siempre ha deseado ser independiente. No quiere relaciones convencionales ni tener hijos. La mujer que vuelva a ver una telenovela latinoamericana sabrá disfrutar con la escena pero también decidir lo que quiere ser en un futuro. 

El amor no muere, solo cambia de lugar. La telenovela no ha muerto, se ha transformado, más bien es la producción latinoamericana la que pierde poco a poco su reinado. Peligra porque sus competidores avanzan. Aunque en el fondo, pese a la migración digital, las series y las producciones turcas se guarda el estrato de lo que alguna vez fue una telenovela. Volver no significa reproducir las escenas machistas de los culebrones de los 90. Se trata de reconocer las consecuencias negativas de esas conductas y saber que no es bueno reproducirlas en la realidad. El usuario se siente inteligente al reproducir una telenovela que vio en la infancia porque ahora reconoce lo que está bien y los actos que no están bien. Condena por ejemplo, las frases misóginas. 

 

En el capítulo final hay una despedida a una emoción y pese a superar largos capítulos de sufrimiento, siempre hay algo que hizo disfrutar esa novela. Un valor que se hace memorable para el espectador y que no temerá en volver a reproducirlo cuando necesite reavivar ese mensaje poderoso. Volver… volver y volver… No es volver a un sitio, ni volver a una realidad, es volver a recordar qué es lo que les hizo vibrar. Nadie reproduce una serie que le haya hecho sufrir, la posmodernidad crea rosas para arrancarlas. Se consume y se olvida, mientras que lo considerado banal y sencillo desarrolló la complejidad de muchos y logró quedarse para siempre en sus mentes, en sus listas de Spotify y en sus frases cotidianas. En el recuerdo de una canción y de saber qué es lo que quiere o no quiere uno en la vida. Todos, por muy complejos que se hayan convertido, siempre vuelven a la simplicidad de hacer lo que un día les motivó a ser lo que son y estar donde están hoy. Gallegos escribió una vez que las cosas vuelven al lugar donde salieron.

La psicología exitosa de la telenovela


Solo las producciones impactantes y los personajes memorables han logrado la retransmisión en la televisión internacional. Netflix se ha apoderado de Pasión de Gavilanes. El carácter de Doña Bárbara se ha vuelto a emitir en Nova. La Gaviota de Café con aroma de mujer vuelve a las pantallas en 2021, usa el móvil y es libre de dependencias. 

 

Según la psicóloga Irene Martínez Zarandona lo que hace a un telenovela memorable es el maniqueísmo, la polarización del bien y del mal en los personajes. “El telenovelero no tiene que hacer muchos esfuerzos por detectar los rasgos de carácter de los personajes y lograr la identificación del problema”, asegura en su estudio Telenovelas y telenoveleros. Esta situación le facilita las conflictos y en ello estriba uno de los grandes éxitos de la telenovela. Las realidades son evidentes y la gente sabe a qué atenerse. El receptor se ubica en el conflicto y le brinda la sensación de que los malvados recibirán su castigo. 

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