La cultura ha revivido en Madrid, solo que esta vez una mascarilla nos separa del escenario. La Compañía Nacional de Danza volvió a los escenarios el pasado 9 de diciembre con una reinvención del ballet romántico. El bailarín, coreógrafo y ahora director de la compañía, Joaquín de Luz, ha sido el responsable de reinventar esta obra, acompañado de todos sus bailarines. La función tendría que haberse representado en el Teatro de la Zarzuela hasta el próximo martes 22 de diciembre, aunque ha tenido que ser cancelada debido a la presencia del COVID-19 entre varios bailarines.
La primera versión de este ballet fue estrenada en 1841 en la Ópera de París cuando el poeta Theóphile Gautier genera los mitos románticos, futura referencia para toda la danza que sigue a esta época. La primera edición muestra una versión romántica de la vida en la que campesinos celebran en la plaza del pueblo, pero entonces un príncipe irrumpe y revoluciona todo. La más pura representación del Romanticismo llega cuando nuestra protagonista, Giselle, muere loca de amor y su espíritu se queda en el bosque con el del resto de las mujeres que no llegaron a casarse antes de morir. Sigue el estilo romántico en cuanto a la narración de la historia, que nos enseña que la palabra “final” no siempre va acompañada de “feliz”, sino que sola puede tener sentido completo.
UN GIRO EN LA HISTORIA
Ahora bien, ¿qué es lo que marca la diferencia entre el ballet de 1841 y el de 2020? Todo parte de una historia que había estado oculta hasta la fecha, y que tiene como protagonista al poeta español Gustavo Adolfo Bécquer. Este se retira en 1863 al Monasterio de Veruela, en la Sierra de Moncayo, y es allí donde escribe rimas de amores desdichados. El poeta se solía sentar delante de una tumba a escribir y se nutría de la muerte para transmitir esa tristeza. Joaquín de Luz decide inspirarse en esta leyenda del Romanticismo español para redefinir la historia y hacerla más humana. A su vez, al principio de la obra y en el descanso, el famoso actor Pedro Alonso, que hace de “Berlín” en la serie La casa de papel, pone voz a fragmentos de los poemas de Bécquer, mientras unas proyecciones con un tinte místico rellenan el escenario.
En cuanto a la influencia española, la podemos apreciar en el vestuario, repleto de madroños, flecos y mantones. También se ve cómo el coreógrafo hace un guiño a los bailes típicos españoles, metiendo pasos de jota en los bailes de grupo e incluso un paso a dos que recuerda mucho a la escuela bolera entre unos campesinos.
Justo es allí, en la sierra aragonesa, donde tiene lugar esta nueva versión. El decorado nos sitúa en una aldea en la que vive Giselle. Su mundo da un vuelco cuando conoce a Albretch, un príncipe de la corte que decide hacerse pasar por campesino solo para poder conocerla. A la vez, Hilarión, un cazador de la aldea, está profundamente enamorado de Giselle. Durante este primer acto los protagonistas luchan por su amor impedido tanto por este, como por la madre de Giselle, mientras que en la aldea se celebran las fiestas de la vendimia. Es cuando llegan unos nobles a visitarla que Hilarión empieza a sospechar de Albretch, y acaba destapándole en público. Resulta entonces que una de las nobles era su supuesta esposa, y Giselle cae en la más profunda tristeza. Acaba volviéndose, de manera literal, loca de amor por él hasta el punto en el que su cuerpo no lo puede soportar más y muere.
El segundo acto está cubierto por un velo lúgubre. El decorado es un bosque gris de noche en el que solo se encuentra la tumba de Giselle. El tono alegre de la primera parte queda olvidado, incluso se utilizan las mismas músicas más ralentizadas. Albretch va a visitar la tumba de Giselle, y acaba bailando con su espíritu, rodeada de las Willis, mujeres que murieron sin ser casadas y que castigan a los hombres que hacen sufrir. Durante este acto se ve el verdadero amor de Albretch hacia Giselle, inundado de tristeza por no poder hacerlo real. Tras toda la noche bailando, el alma de Giselle se acaba desvaneciendo, quedando solo Albretch, tirado por el suelo debido al sufrimiento. En este momento, aparece en escena un anciano vestido de los inicios del siglo XX, que es nuestro protagonista de mayor, y se sitúa junto a él mismo de joven. Esta escena representa cómo él siguió yendo a buscar a su amor cada noche, un amor tan fuerte que ni la muerte le puso final.
Sin duda diría que esta es la mejor obra para introducirse en el mundo del ballet. Apela a los sentimientos, a la sensibilidad, la estética e incluso hace revivir a cada espectador ese amor prohibido, ya sea por la sociedad o por ti mismo, que casi todos conocemos. Cada uno de nosotros podríamos identificarnos de alguna manera con Giselle, por lo que es una experiencia que merece la pena vivir, un viaje de dos horas y media por el Romanticismo español, por la belleza imperdible del ballet y por las locuras del amor.